sábado, 19 de julio de 2008

Las Ilustraciones y el sermon



El valor de las ilustraciones para el sermón
Nelson Matto

Articulo de CONOZCA.ORG: El valor de las ilustraciones para el sermón, por Nelson Matto,

A través de ellas la casa recibe la cálida luz del sol y sus pasillos se llenan de la suave y refrescante brisa y, como si fuera poco, sirven para ver a través de las paredes: ¿qué son?
Correcto, las ventanas.
Pues bien, así como son las ventanas a la casa son las ilustraciones al sermón.
El mismísimo Señor Jesucristo las utilizaba para dar claridad, belleza y amenidad a sus enseñanzas. El Maestro tenía una marcada preferencia por las parábolas (famosas son las del Hijo Pródigo, el Buen Samaritano, las 10 vírgenes, la oveja y la moneda perdida y otras), aunque también supo utilizar magistral y oportunamente el símil (como cuando comparó el Reino de Dios con un tesoro escondido y un mercader que vendió todo lo que tenía, al encontrar la más gloriosa perla, para poder comprarla).
Y es bueno notar también que no obvió la alusión histórica recordando la torre que cayó sobre hombres que perdieron la vida tan trágicamente.
Precisamente, las ilustraciones son muchas: símiles, parábolas, alusiones históricas, anécdotas, alegorías, fábulas, metáforas, leyendas y otras.
¿Para qué pueden servir en un sermón? Muchos han dicho siempre que para ejemplificar una verdad abstracta o espiritual en términos de la vida diaria y comprensibles a la mente del oyente. Sin embargo, no parece sabio el ignorar que también son útiles para despertar o mantener el interés, aclarar un asunto de forma que no torture el cerebro del hombre “común”, informar, romper “el hielo”, empatizar, apelar a las emociones para asaltar la voluntad (especialmente en los sermones evangelísticos), demostrar la veracidad de una sentencia, facilitar la memorización y defender la verdad bíblica entre otros muchos propósitos loables.
Aún así, es preciso reconocer los peligros de un mal uso de las ilustraciones. ¿A qué nos referimos? A todas aquellas situaciones hipotéticas, pero reales, donde el sermón gira más alrededor de la ilustración que de la Palabra Sagrada de Dios. ¡La ventana no puede ser más grande que la casa!
El hombre de Dios, como su mensajero, comparte en esencia la Palabra del Todopoderoso y no un discurso o acto de “showman” aficionado. “La leche y la Biblia no deben aguarse jamás” dicen con razón las madres cristianas latinas experimentadas.
De la misma manera, cae en la categoría de abuso cuando la ilustración ofende al oyente o alimenta sentimientos o actitudes alejadas de la auténtica conducta cristiana. Es conocida la voz de expertos homiletas que también censuran la presencia de ilustraciones en la conclusión del sermón (aunque no se ha demostrado que se pueda generalizar esta regla).
Además la ilustración debe ser inédita a la mayoría de los oyentes, por supuesto.
Lo cierto e innegable es que las ilustraciones dan la impresión de que el mensaje fue lo debidamente extenso, e incluso a veces hasta corto, fácil de “digerir” por la mente del docto como del sencillo, provocador del comentario inmediato y prolongado de las diferentes aplicaciones de la verdad cristiana predicada.
Es maravilloso ver a los feligreses salir sonriendo del templo, comentando animadamente la ilustración y haciendo ellos mismos nuevas aplicaciones de la enseñanza predicada. El predicador que sepa usar debidamente las ilustraciones en un genuino sermón bíblico deberá preparar su agenda para asistir a muchos púlpitos que le extenderán invitaciones, a las cuales asistirá siempre y cuando que su auditorio permanente se lo permita, “pues de lo bueno siempre cuesta desprenderse”.
Conocida por muchos es la historia de cierto predicador que leyó un pasaje bíblico y predicó un brevísimo mensaje para sorpresa de todos. Al finalizar el sincero pastor confesó: “Ustedes se preguntarán porqué prediqué tan brevemente. Pues déjenme decirles que preparé mi buen bosquejo como siempre, pero mi nuevo perro se escapó y me comió todas las notas.” Minutos más tarde, un hermano de otra congregación cercana que visitaba esa iglesia, se le acercó al pastor para saludarle y delicadamente le dijo: “Pastor, ¿usted no le prestaría su perro unos días a nuestro predicador?” ¡Vaya pedido y qué indirecta!
¿Y qué decir de aquél joven predicador en el bosque? Recién graduado del Instituto Bíblico le comisionaron su primera iglesia entre los leñadores junto a un caudaloso río.
Allí fue recibido amigablemente y muy pronto los hermanos apreciaron su agradable estilo de predicar. Cierto día salió a caminar río arriba y vió un grupo de hermanos (pues todos los creyentes eran leñadores) que sacaban de las aguas los troncos pertenecientes al aserradero que estaba río abajo. Una vez fuera del agua les cortaban el lugar de la marca de la competencia y los metían a su propio aserradero. Indignado preparó un mensaje titulado “No codiciarás” y lo predicó el domingo siguiente. ¡Que lindo sermón! Decían todos y el joven pastor creyó haber cambiado tan deplorable conducta.
A los pocos días volvió a repetir la caminata y volvió a ver la misma escena de antes, “¡Es una vergüenza!”, pensó para sí. Con el corazón agitado preparó su próximo mensaje dominical “No robarás a tu prójimo”. ¡Maravillosa prédica! Así decían unánimemente los leñadores de tan singular redil.
El debutante ministro creyó haber “agarrado el toro por las astas exitosamente”, pero al orillear el río por tercera vez allí estaban los miembros de su iglesia con la conducta de Judas como siempre. “¡Ahora sí me van a oír!”, dijo con el corazón latiendo acelerado. Al domingo siguiente predicó el sermón “No robarás los troncos a tu vecino”. Esa misma noche lo corrieron de la Iglesia y del pueblo. ¡Al parecer había predicado demasiado claro!
Jesús dijo “Todo hombre docto en el Reino de los Cielos es como un hombre que de su baúl saca tesoros nuevos y viejos”. ¡A abrir las ventanas se ha dicho!
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